Las consecuencias sociales de la crisis que hemos vivido los venezolanos en los últimos años van más allá de la simplista conclusión: «cuando Maduro se vaya todos nuestros problemas se resolverán por arte de magia». Es cierto que la mayoría de los venezolanos deseamos un cambio de conducción en el país aunque ese deseo haya sido manejado de manera errada en varias oportunidades por quienes, como es su costumbre, se autoconstituyeron en los únicos legitimados para presentar ofertas distintas al Gobierno, como en 2018, cuando ejecutaron una costosa y malintencionada campaña para promover la abstención y como consecuencia de ello Maduro es hoy el presidente.

La dinámica política en cualquier país con régimen democrático en el mundo le da al ciudadano la posibilidad de «castigar» a un gobierno ineficiente y/o corrupto con el voto. El ciudadano hace uso de esa herramienta para sustituir un proyecto por otro, y aunque en Venezuela no disfrutamos de una democracia plena, tenemos la posibilidad de ejercer el sufragio y procurar el cambio.

El problema radica en que quienes hasta hace poco tuvieron el «monopolio de la oposición» jamás le presentaron al pueblo venezolano un proyecto político serio de cara al futuro del país. Se limitaron al slogan «vete ya», el inmediatismo y la improvisación, por eso jamás lograron constituir una organizada mayoría electoral, mientras el gobierno seguía destruyendo la economía nacional.

En ese terrible escenario, muchos compatriotas fueron perdiendo las esperanzas y sueños de progreso individual y colectivo. Parece no haber futuro cierto en el país, nuestros jóvenes comenzaron a creer inútil la formación académica y profesional, a diferencia de décadas atrás donde las clases populares veíamos en ello una clara oportunidad de crecimiento; comenzó a ser más productivo el comercio informal que un título universitario dentro del país, otros optaron por irse. Una generación completa marcada por la decepción.

Para cambiar esa realidad no basta un emotivo y pagajoso eslogan, es necesario devolver a una, o tal vez dos, generaciones la confianza en el futuro del país, recuperar la economía, dar garantías al emprendimiento, motivar con buenos salarios a los trabajadores y profesionales, dar seguridad jurídica a los empresarios, reactivar la producción agroindustrial, una tarea verdaderamente titánica pero indispensable, y también imposible en medio de un permanente ambiente de confrontación y odio. En conclusión, un proyecto político, económico y social nacionalista, democrático, respetuoso de los derechos y las instituciones, unificador y pacifista, es decir, todo lo contrario a lo que representan los grupos políticos extremistas del país

En Soluciones para Venezuela queremos contribuir a devolver la esperanza al pueblo venezolano, a darle piso sólido a los sueños de nuestros jóvenes: que regresen al país, a las aulas, al campo, a la fábrica, para que no se conviertan en la conocida frase «generación de sueños rotos».

Somos optimistas en medio del huracán. Podemos construir un futuro cierto para Venezuela, con el concurso de todos los sectores de la vida nacional. La unidad que necesita Venezuela es la de los venezolanos, la de las Soluciones, del futuro, el progreso y el desarrollo.

Franklin Martínez

Soluciones para Venezuela