Variados sectores, portadores de demandas insatisfechas y proponentes de cambios en la forma de ejercer el gobierno, han sido consecuentes en la denuncia del desmantelamiento del aparato productivo, de la ineficiencia de la burocracia pública y de modos de abuso de poder.

Muchos de esos reclamos se convirtieron en permanentes y crecientes. El tono se hizo cada vez más fuerte. Fue más allá de la retórica y llevó a protestas, a movilizaciones populares.

El gobierno, por su parte, respondió no con rectificaciones o reorientaciones de sus políticas, sino con un poderoso aparato comunicacional que controla casi todos los medios televisivos, radiales e impresos. Desde el poder se responde con propaganda y más propaganda.

Ha sido un debate de sordos. De un lado poca atención se brinda a las ejecutorias del gobierno porque no son las que partidos, sindicatos, empresarios y otros sectores populares consideran las prioritarias.

Del otro lado se ven los reclamos como excesos y mentiras para desestabilizar el gobierno, lo que éste rebate con propaganda: “país potencia”; “grandes logros de la revolución”; y otras consignas que poco tienen que ver con la realidad y parecieran dirigidas a amalgamar y mantener en pie a los cuadros políticos del partido de gobierno y la gruesa clientela burocrática que del mismo depende.

Pero la controversia fue más allá. Con guarimbas violentas, llamados a intervención militar de fuerzas extranjeras, el criminal bloqueo económico e intentos de golpes de Estado, sectores de extrema derecha provocaron oleadas represivas: presos políticos y cierre de medios de comunicación.

El debate dejó de ser tal y la relación gobierno – oposición adquirió el formato de exterminio del contrario, de guerra a muerte.

Ese camino sólo lleva a más violencia y más fracaso. Por esa vía no vamos a ninguna parte y hemos planteado insistentemente acuerdos que promuevan convivencia política, recuperación de la economía y niveles de vida dignos para nuestra población.

Son ya demasiados años de violencia política. El debate público ha descendido a sus más precarios niveles y los odios se han exacerbado como nunca antes. La confrontación extrema ha sido un fracaso. Los hechos hablan por sí solos.

Las nuevas generaciones no deben heredar odios ajenos y menos servir de carne de cañón de feudos de agresión y descalificación del contrario que han permitido ascender y mantenerse a unos cuantos que han hecho de ofrecer la aniquilación del otro su modus vivendi.

Desde Soluciones para Venezuela saludamos la conformación en la Asamblea Nacional de la Comisión para el Diálogo, la Paz y Reconciliación de Venezuela. La guerra no es entre nosotros los venezolanos. El combate es contra el dogmatismo, la ceguera política y las enemistades juradas que algunos consideran por encima del interés nacional.

¿No bastará el hambre que pasan sectores desamparados; la hiperinflación que a todos arrincona; la forzada emigración de millones; para entender que la violencia está cada vez más cerca?

¿No basta con el fracaso de quienes estafaron al país con una presidencia ficticia, con el desfalco de bienes nacionales y con la humillante sumisión a potencias extranjeras?

¿No vamos a hacer nada por evitar la violencia y por desterrar las prácticas antinacionales, o la vanidad y soberbia de los extremistas vale más?

Asumamos los retos de un diálogo amplio que brinde resultados concretos.  Poner la vacuna contra el COVID 19 a todos; enfrentar el bloqueo económico al que hemos sido sometidos por sectores antinacionales; reorientar y desbloquear internamente la economía, hoy secuestrada en trabas, roscas, y en la hipertrofia de un Estado que ocupa casi todos los espacios de la producción; recuperar el aparato productivo y reivindicar el salario. Esos son algunos de los desafíos que debemos enfrentar juntos.

La violencia, el dogmatismo y las conspiraciones fracasaron. Ahora es el tiempo de todos, del diálogo y los acuerdos en beneficio de Venezuela.

Claudio Fermín

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Publicado en El Universal el 29 de enero de 2021