El saldo de la confrontación extrema es vergonzoso. La negación del otro; el empeño por entorpecer iniciativas del contendor, independientemente de los beneficios que puedan causar a la comunidad; el reclutamiento de aliados para el exterminio del supuesto adversario y, en consecuencia, la distracción de la sociedad toda en contiendas y venganzas de orígenes particulares pero que contaminan al común; la pérdida de la brújula histórica al creer que los avances se miden por la extinción del contrario. Las sociedades así conducidas sólo retroceden, aunque los promotores de esa polarización no se percaten de ello.
La confrontación ha ido incapacitando a sus cultores para entenderse. Hacerlo sería atentar contra el esquema de valores que la sustentan y que dota de mística, de sentido histórico, la acción política de sus líderes. Entenderse es traicionar. Cohabitar con los otros es dar la espalda a quienes antes recibieron agravios en defensa de la causa considerada como propia. El ideal buscado es convivir sólo con los de uno. Lo ético es la segregación.
Es así como hay un morboso deleite en persistir en errores con el supuesto argumento ético según el cual no se pueden desobedecer ni abandonar las bases doctrinarias de acciones pasadas, independientemente de los cuestionamientos que hayan sido hechos por diversos sectores dados los perjuicios causados por esas acciones a la sociedad. Es el fundamentalismo en su más grotesca manifestación.
Ejemplos cotidianos de ese culto a la intransigencia los hay por doquier y la clase política dominante, de uno y otro polo extremo, demuestra a diario su incapacidad para llegar a acuerdos.
Por eso no se cumple lo acordado en sesiones de intentos de pluralismo, del llamado diálogo político. Extremistas del gobierno se las arreglan para que las boletas de excarcelación nada valgan, o para que fincas o industrias hoy abandonadas ni se devuelvan a sus dueños originales ni se paguen de acuerdo a la ley, pasando de ser supuestas expropiaciones a vulgares confiscaciones. Por eso activistas de la abstención siguen en esa prédica a sabiendas del fracaso de la misma, al igual que ideólogos y promotores del agravamiento de la crisis persisten en reclamar bloqueo económico más severo sin importarles el grave daño que hacen a Venezuela. Les interesa más la lealtad a “sus ideas” que el bienestar del común. Lo que les importa es disminuir al contrario, no beneficiar al país.
En el fondo les avergüenza ponerse de acuerdo con aquellos a quienes antes habían jurado destruir y carecen de la humildad para reconocer públicamente errores y excesos que deben ser corregidos. ¿Será por eso que prefieren discutir en el exterior, lejos de las masas que antes habían azuzado en contra del otro? ¿Será por eso que sostienen que los diálogos para ser eficientes deben hacerse en secreto, confidencialmente?
Lo que Venezuela quiere es que esos debates sean públicos y transparentes. Que se corrijan los abusos de poder y se abandonen políticas equivocadas. Que cese el criminal bloqueo económico, el secuestro de nuestro oro y depósitos en bancos extranjeros. Que las diferencias entre venezolanos las arreglemos nosotros sin interferencia ni tutelajes extranjeros.
Con este diálogo en México ponen el debate más lejos del pueblo. El diálogo debe ser en Venezuela y entre venezolanos.