Nicolás Maduro ganó la reelección en mayo de 2018 e inmediatamente continuó con diligencias de negociación política con sectores de oposición, incluso con aquellos que no participaron en esas elecciones.
¿Por qué tener como interlocutores a quienes no lo reconocían como Presidente? ¿Por qué sentarse a negociar con partidos políticos que no tenían representación parlamentaria?
¿Qué sentido tenía para dirigentes que postularon candidatos para sustituir a Nicolás Maduro en las elecciones de 2018 llegar a acuerdos políticos con él si venían de plantear el cambio de su gobierno?
Las respuestas a esas interrogantes estuvieron rodeadas de las más diversas especulaciones. Maduro busca ganar tiempo, decían unos. Otros acusaban a los opositores de la Mesa de Diálogo de vendidos, de colaboracionistas.
Nunca dieron a conocer cuál era ese tiempo que Maduro debía ganar cuando lo cierto es que acababa de ser electo y le quedaban seis años por delante en su ejercicio presidencial. Tiempo tenía de sobra.
Tampoco explicaron cómo los opositores estaban entregados al gobierno si lo que reclamaban era lo que el gobierno se había negado a hacer o a lo que ponía obstáculos: cambiar la directiva del Consejo Nacional Electoral y liberar presos políticos.
Las verdades son otras.
No basta ganar las elecciones para poder gobernar. Maduro lo entendió desde el principio y por eso necesitaba tender puentes hacia los sectores que no habían votado por él, vincularse e interpretar a quienes lo adversaban. Después de todo, no había sido electo presidente de sus votantes ni de la alianza electoral conocida como Polo Patriótico. Había adquirido la responsabilidad de estar de Presidente de todos los venezolanos.
Estaba al frente de un país fracturado, dividido en tendencias irreconciliables. La polarización se había adueñado del debate, de los medios de comunicación, de las instituciones públicas, de la vida vecinal, del ánimo colectivo. En ese escenario de confrontación permanente no es posible gobernar.
Además, su gobierno enfrentaba una arremetida inclemente de potencias internacionales que decidieron, sometidas a Donald Trump, asfixiar la economía venezolana impidiendo por todos los medios a su alcance la compra de petróleo venezolano y trancando en otras áreas el comercio exterior del país. Esa terrible circunstancia obligaba a la distensión política interna y a poner al país todo a enfrentar una agresión inaceptable.
No estaba entonces Maduro dialogando para “ganar tiempo”, como repetían una y otra vez quienes se jactaban de tener poder para darle un plazo perentorio a quien acababa de ganar seis años más en Miraflores. Estaba si creando condiciones para gobernar.
Los opositores que compartían la Mesa de Diálogo con el gobierno venían de enfrentar a Maduro y al gobierno en las elecciones de 2018, mientras otros bajaron la guardia, se cruzaron de brazos llamando a la abstención y promovieron la tesis según la cual la mejor opción era no participar, no salir de las casas, no hacer nada.
Al no lograr el cambio de conducción política ganando las elecciones optaron por no desmayar en sus reclamos de reinstitucionalización del país, de libertades políticas y de libertades económicas que forman parte de sus planteamientos centrales. Se sentaron en la Mesa de Diálogo a gestionar eso.
Contribuyeron a que se cambiara el Consejo Nacional Electoral, como también tramitaron e impulsaron la liberación de presos políticos al igual que abonaron en obsequio de la distensión política y la pacificación en los momentos de más intensos llamados a la violencia y a la desestabilización. Hicieron oposición haciendo política mientras sus críticos se entregaban a intereses extranjeros y a reclamar más bloqueo, agravando así las condiciones de vida de los venezolanos.
Esta reciente experiencia de la Mesa de Diálogo va a profundizarse al ser incorporado el tema como una Comisión Permanente del Poder Legislativo. Dialogar entre contrarios, explorar puntos de aproximación, admitir coincidencias y llegar a acuerdos, esas coordenadas van a cambiar la lesiva cultura del exterminio del contrario que tanto daño ha hecho a Venezuela y que la mantiene en el estancamiento y el atraso.
Claudio Fermín
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Publicado en Ciudad Ccs el 18 de enero de 2021